domingo, 1 de marzo de 2015

    Abril 2013. Al otro lado del espejo.

     Cuando se cumplen años, ciertos años... la mente se sitúa al otro lado del espejo. 
Desde allí se ven, distantes las cosas, las personas, los acontecimientos, protegido y separado el "yo" de ellas por esa dura lámina de hielo que el tiempo ha ido depositando lenta e imperceptiblemente. 
     Y uno ve a los jóvenes afanados en perseguir un futuro que tal vez no llegue nunca y recuerda su ambigua juventud, demasiado cargada de ideales y sueños que nunca llegaron a cumplirse... y siente que tal vez a ellos les pase lo mismo... y siente pena, pero ya no nostalgia de aquel "yo" joven que fue. 
     Y también ve a los mayores, los que han alcanzado al fin la cima del fracaso personal, y siente pena... porque la mayoría no han sabido asumirlo y se han vuelto melancólicos y amargados al mismo tiempo.

     Digo esto porque últimamente he curioseado bastante en blogs de gente joven y me han suscitado una tremenda ternura, de tan ingenuos y optimistas como se mostraban ante la vida. 
     Por ejemplo, ayer casi me leí entero el dilatado blog en el tiempo de un joven que había emigrado, hace ya cinco años, a Londres. Como tantos jóvenes españoles, el chico había llegado allí, desde Zaragoza, cargado de sueños e ilusión, había seguido el periplo obligado de alojarse en un albergue inmundo del que enseñaba fotos que permitían casi adivinar las cucarachas que escondían los camastros, patear los trabajos reservados a inmigrantes en esa renegrida ciudad donde yo veo más amasijo caótico extraído de todos los rincones del mundo que cosmopolitismo auténtico, extasiarse ante cualquier detalle de esa ciudad, que vista de cerca (y desde el otro lado del espejo) no es más que una reliquia del esplendor colonial que un día tuvo y un inmenso y petulante teatro envejecido donde aún se representa la comedia de una monarquía de cartón piedra. De vez en cuando algún rico asiático saca a pasear, como monumento a la ostentación, un coche espectacular de color imposible que no deja de ser una venganza por el ninguneo al que fue sometida su tribu hace siglos. Y mientras tanto, los alienados del hoy, venidos de todas partes del mundo, caminando apiñados como zombies por las principales streets de la cyti, sueñan, como el chico del blog, con disfrutar de las migajas del pastel del rico asiático, mientras se desloman en trabajos detestados por cualquier británico y engordan sus cuentas pagando alquileres imposibles y compartidos con otros inmigrantes del sur de Europa. Y es que, signo de los tiempos, el chico, de brillante currículum universitario, tras fregar platos, tostar sándwiches, servir copas y pintas en pubs... había alcanzado la cima de su fracaso personal (que él consideraba la cumbre del éxito): ya se sentía londinense de pro. Ya había realizado (desde esa inmensa lanzadera a todo el mundo que son los aeropuertos londinenses) varios viajes a obligadas ciudades europeas y norteamericanas acogiéndose a la multiofertas low cost. Ya había fotografiado los rincones más diversos de la ciudad renegrida y se había extasiado con el tufo de los millones de fogones chinos, persas, libaneses, mejicanos ...

    Pero no me hagan caso: cuando se cumplen años, ciertos años... el corazón está lleno de cicatrices y costurones provocados por todos los espejos que se han ido rompiendo en mil pedazos a lo largo de la vida. 

martes, 1 de marzo de 2011









Bien sé yo que esta imagen

fija siempre en la mente

no eres tú, sino sombra

del amor que en mí existe

antes que el tiempo acabe
                   Luis Cernuda.